Era una mañana soleada y había salido a recorrer los montes cercanos junto a sus amigos. Tenía 17 años y lo único por lo que tenía que preocuparse era por aprender el oficio que le habían asignado, pasar buenos ratos con los amigos y esperar a que una chica se fijara en él. Realmente el asunto de los noviazgos todavía no le preocupaban demasiado, varios chicos del pueblo ya andaban con muchachas, pero él prefería centrarse en otros asuntos que no le llevasen tantos quebraderos de cabeza como el amor.
Se hacía la hora de comer y entre el hambre y el imaginarse las voces de sus madres a pleno pulmón desde la ventana, les hacía bajar corriendo las pendientes, algo que no les disgustaba demasiado. Las carreras por los caminos siempre eran divertidas.
Ya estaban esperando a la mesa su padre, recién llegado del trabajo en el campo, y sus hermanos pequeños. Terminado el postre, una riquísima tarta hecha con miga de pan y todo el cariño de una madre, llegó su hermano mayor porque ya había terminado su jornal. En ese momento Leo se dio cuenta de que ese no iba a ser un día cualquiera.
Su hermano mayor llegó emocionado, a penas podía hablar y respiraba agitadamente. Todos pensaron que algo malo pasaba, que no traía buenas noticias. Emilio siempre llegaba con las novedades a casa, el oficio de panadero le permitía llegar antes a los cuchicheos. Tras unos minutos cogiendo aire y regulando su respiración al fin anunció: ¡la República! ¡la República! ¡Ya ha llegado la República!
Todos le miraban con expectación. Leo no sabía de que estaba hablando, su padre miraba el suelo con el ceño fruncido mientras a su madre se le caían los cubiertos que estaba recogiendo de la mesa. – ¡La República! ¿es qué no lo entendéis? todavía no es seguro, pero llegan noticias de que en algunas zonas del norte ya se ha proclamado ¡la República!– continuaba explicando Emilio. -Dicen que con los votos de las grandes ciudades se ha tumbado a la monarquía, Alfonsito ya tiene que estar pensado que barco coger-, esta vez hablaba sonriendo sin parar.

Proclamación de la II República. Fotografía: publico.es
Nadie decía nada. Leo sabía que su hermano siempre estaba hablando de temas raros, que si la democracia, que si más libertad, que ya era hora de que cambiase este país… a él todo eso le sonaba a chino, pues en un pequeño pueblo de la montaña leonesa parecía que esos temas carecían de interés.
A su madre no le gustaban mucho los trajines que Emilio se traía con sus amigos, algunos del pueblo y otros de los alrededores. Esas reuniones, los problemas que tenía con muchos alcaldes, viajar cada día para encontrarse con más chicos críticos como él; todo hacía que para su madre aquella proclamación fuese incómoda. Los cambios no eran buenos, mejor dejarlo todo como estaba. Carolina tenía miedo. El amor de una madre es superior a cualquier otro pero también el miedo por los hijos, lo que hizo que no pudiera evitar echarse a llorar por el temor a lo que pudiera pasar.
Nadie decía nada. Los hermanos callaban, el padre miraba al suelo, la madre lloraba. Entonces Emilio abrazó a su madre y le dijo: – esto que acabo de anunciaros es una gran noticia, por fin llega el progreso a este país, a partir de ahora todo nos va a ir mucho mejor. Carolina asintió y le sirvió un plato de sopa.
El centro de todas las miradas era su hermano mayor y Leo no sabía muy bien porque. Si, había traído nuevas noticias, pero ¿qué significaban?. Emilio para él siempre había sido un referente, así que se limitó a mirarle indicando que si él decía que aquellas novedades iban a ser buenas, entonces él confiaba. Sus pensamientos recibieron respuesta: – no os preocupéis, os lo explicaré con detalle. A partir de hoy todo va a cambiar, pero tenéis que estar contentos.
Fueron cinco años de leves cambios. Su hermano tenía razón, el progreso se palpaba incluso en su pequeño pueblo: llegaban nuevos maestros, se compraron libros para las biblioteca de las escuelas, el trabajo no faltaba, aunque en los pueblos vecinos de las cuencas mineras el ambiente era más agitado.

Maestra y alumnas. Fotografía: elpais.com
Aprendía de política y a pensar por si mismo, a hacerse preguntas y a saber que dudar era lo correcto. Las mujeres podían votar y se sentían aires de independencia, las muchachas del pueblo sabían que lo importante ya no era encontrar marido.

Mujeres en la manifestación por la proclamación de la II República. Fotografía: salvatierra-agurain.es
En enero de 1935, recién cumplidos los 21 años, los quintos fueron a buscar a Leo para acudir juntos a la mili. No estaba muy preocupado, pues su hermano le había dicho que todo iría bien, solo tendría que estar unos años, haría grandes amigos, serviría a la República y pronto volvería al pueblo hecho todo un hombre.
Jamás regresó.