Precariedad cultural. A veces la vocación sale cara.

A veces la vocación sale cara.

Desde niños intentan inculcarnos el valor del esfuerzo, la responsabilidad, la persistencia, el respeto y el compañerismo. En algunos casos lo aprendemos muy bien porque entendemos que estos valores nos forman como seres sociables, un aspecto fundamental como muestra el proceso de hominización.

Aunque haya quién lo desconoce, con la educación nos formamos como personas e interiorizamos aspectos básicos para la vida en común como es la inexistencia de razas dentro de una única «humana», que todos tenemos los mismos derechos, porque todos somos iguales y que el trabajo de cada una de las personas que forman la humanidad es necesario para poder vivir en un mundo equilibrado. Parece obvio, sin embargo, en el día a día vemos como estas enseñanzas no se han desarrollado, no se han comprendido o no se han explicado bien a muchos individuos que intentan convencerse de que unos «valen más que otros».

Cuando nos hacemos adultos, por alguna extraña razón… comenzamos a tener miedo, miedo de expresar nuestras opiniones, de elegir caminos por los que siempre tuvimos claro que nos decantaríamos, de no ser aceptados por la gran mayoría social, incluso de no pensar como «todo el mundo» y pasar a no pensar nada. Pese a todo, algunos elegimos la vocación. Pero claro, no todas las vocaciones son iguales, hay quién piensa e incluso intenta defender, en vano por supuesto, que unas son más necesarias que otras.

No recuerdo desde que edad decidí que quería dedicarme a la Historia, muy pequeña por lo que parece. Sin embargo, con 18 años cuando tenía que matricularme para comenzar la universidad, el «orientador» de mi instituto trató de convencerme de que estudiase algo más útil que dedicar cinco años de mi vida a la Licenciatura en Historia, una carrera que no me iba a servir para nada prácticamente. Ni la Historia ni nada relacionado con las Humanidades o la cultura en general. Me dio la risa porque intentaba pasar por alto mi vocación, la minó completamente.

Entonces me molestó, pero tenía energía suficiente para aclarar a todo aquel que intentase convencerme de que «algo no sirve para nada«, que las Humanidades y la Cultura son necesarias para el ser humano. Argumentos que no voy a exponer en este post, porque creo que en el fondo todo el mundo lo sabe, aunque no quiera asimilarlo, y porque nadie mejor que Noccio Ordine en su ensayo «La ultilidad de lo inutil» para argumentarlo.

Contra viento y marea, unos cincuenta alumnos comenzamos la licenciatura, llenos de entusiasmo, con ganas de aprender y felices por hacer lo que nos gustaba. Al finalizar decidí hacer un máster en Gestión Cultural para dedicarme a lo que siempre había querido, hacer llegar la Historia, el Patrimonio y la Cultura a la ciudadanía. Bonito, ¿no?.

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Representación de un caballero medieval en un capitel de la iglesia románica de Rebolledo de la Torreo (Burgos). Patrimonio artístico, Patrimonio rural. Fotografía: Histórica Cultura

La realidad es que la vocación te permite entrar muy pronto en el mercado laboral, ya que el deseo de aprender y poner en práctica lo aprendido hace que comiences con becas, prácticas y trabajos temporales para ir cogiendo experiencia y sentirte realizado. Pero la experiencia en el sector cultural no importa, a no ser que tengas 10 años de experiencia realizando una misma tarea, domines tres idiomas, tengas dos licenciaturas y tres máster, además de miles de cursos de especialización: que sepas hacer de todo y más… nunca es suficiente.

Ante esta crispación, lo que más me ha dolido siempre es el hecho de que todo el mundo se permita el lujo de opinar sobre un sector que no conoce, gran parte de la sociedad opina que es normal que en el sector cultural no haya empleo porque no hay demanda (total, ¿para qué sirve?), otros opinan que como ya sabías que no ibas a tener trabajo lo llevas mejor que otros titulados de «carreras más difíciles», cuando ni siquiera saben muy bien a qué te dedicas. Etc etc…

Algo muy curioso es cómo el empleo cultural es precario por naturaleza. Como tienes vocación y «trabajas de lo tuyo», cobras una miseria y realizas bien tu trabajo, tienes que estar contento pese a todo, es más, ni se plantean que podamos reclamar unos derechos laborales básicos. Es difícil acceder a un trabajo relacionado con la cultura, y cuando lo consigues no solo se infravalora, sino que muchas veces hay quien intenta convencerte de «es lo que hay», » es lo que mereces», «conténtate con lo que tienes, bastante que lo tienes», «suerte que lo has conseguido»….   [¡Qué pena tener que recordar el esfuerzo invertido!]

Todo sin tener en cuenta la precariedad laboral (salarios más que míseros, horarios no recompensados, intrusismo laboral descarado… un largo etcétera) a la que la mayoría está sometido; claro que quizá tampoco se sepa de cara al exterior porque la vocación y el entusiasmo en el trabajo lo ocultan. Tampoco quiero extenderme mucho en este aspecto, se trata de un artículo de opinión, pero hay que contenerse.

Sería interesante practicar la empatía. Cuando algún médico o algún ingeniero se queda en paro nos llevamos las manos la cabeza y decimos «¡no es posible!, tanto años estudiando y ¡con la falta que hacen!» (no digo lo contrario). Si un historiador, un artista, filósofo, un gestor cultural o un filólogo  no encuentra empleo a nadie le sorprende.     [Aquí tendría que volver a argumentar porque son necesarias las Humanidades, la Cultura… idem idem idem…]

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Torre del castillo de Calatañazor, siglo XII, Soria. A veces «lo valioso» se encuentra solo con mirar a nuestro alrededor. Fotografía: Histórica Cultura.

Por no hablar de la moda del «emprendedor», es decir, «si no encuentras nada ponte por tu cuenta»….claro, sin a penas experiencia y sin dinero… ¡por pedir que no quede, que ganas no faltan! y ponte a explicar a qué te dedicarías… ¡ardua tarea!.

Partimos de que se estudia por vocación (muchos siguen esta convicción) y por proyección de futuro; claro por eso una gran parte de los estudiantes deciden hacer una carrera que no les gusta porque en un futuro ganarán mucho dinero. Algo aparentemente normal si ven el ejemplo de otros que dedicaron años de universidad a las ramas profesionales que siempre quisieron y solo han recibido rechazo y precariedad consentida por el general o normalizada por el conjunto social. A veces, la vocación sale cara.

¿Quién decide lo que vale o lo que no vale? ¿Quién decide quién «sí» tiene derechos y quién «no»?  y haciendo autocrítica a los profesionales del sector cultural ¿Por qué lo consentimos todo, el intrusismo laboral (exorbitante), infravaloración, precariedad laboral? ¿Por qué no sabemos o queremos defender lo nuestro? Estamos sumidos en una precariedad cultural absoluta y lo consentimos, o peor aún, nos acostumbramos nosotros y a los demás.

No digo que la Cultura sea mejor que otras opciones, digo que es igual de valida que todas las demás, y que merece el mismo reconocimiento.

En fin, gracias a todos los lectores por dedicarle tiempo a este artículo de opinión que tantas ganas tenía de escribir. Aunque a veces la vocación sale cara, el contínuo querer aprender y disfrutar haciéndolo no tiene precio.

«Todo lo que hacemos y, por supuesto, todo lo que vive nuestro cuerpo, se sostiene, entiende y justifica sobre el fondo irrenunciable de lo que hemos sido. Ser es, esencialmente, ser memoria» (Emilio Lledó)

Acerca de Histórica Cultura

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