«Dejadme la esperanza» cantaba Miguel Hernández en Canción Última. Este debe ser el grito en la que ahora llamamos «La España vacía«. Una España de valientes que han decidido seguir pese a la adversidad y que han hecho del arraigo su ancla a la tierra.
Por suerte, en los medios se está dando visibilidad a un tema vital como es la despoblación del mundo rural en nuestro país. Digo vital porque lo que produce el campo se consume en la ciudad, algo que parecen olvidar las Administraciones. Desde hace ya mucho tiempo percibimos el avance de la despoblación, sin embargo hasta que el problema no se ha convertido en algo llamativo, por el hecho de que aumentan los pueblos vacíos, pocos se habían molestado en dar voz a aquellos a los que nadie quiere oír.
Ahora que ya no hay marcha atrás, ahora que los pueblos se mueren, cuando empieza a ser demasiado tarde, es cuando decidimos empezar a hacer congresos, encuentros, artículos y estudios sobre la crisis en el mundo rural. Nunca es tarde, pero la herida es profunda.

Sarnago (Soria). Fotografía: Histórica Cultura.
Por otra parte, es muy fácil juzgar y mostrar puntos de vista desde la ciudad, con nuestras infraestructuras básicas, centros de salud, escuelas, cines, museos… pero eso no es realista. Para tomar conciencia realmente hay que ver y vivir lo que los pobladores rurales sienten y piensan. Hay que buscar soluciones, pero no solo desde el núcleo urbano en las sillas de las universidades, sino en los pueblos, con sus moradores. Sin ellos no hay alternativa.
Yo tengo mi propia teoría, tan inválida como la de muchos otros, de por qué está sucediendo todo esto y de qué es consecuencia. Creo que se acrecienta a partir de los años 70, con la pura inmersión en el sistema capitalista imperante en Occidente, consecuencia de la política de polos de desarrollo, y por el ansia de cambio e inmersión a una «sociedad más urbana y avanzada». Puede que sea una tontería como otra cualquiera, pero en los momentos de mayor crisis humanitaria de nuestro país, el autoconsumo fue el salvoconducto de muchas poblaciones. En muchas zonas el cultivo de huerta y el ganado permitieron la supervivencia de muchas familias, ya bien entrado el siglo XX. Posteriormente esto se convertiría en símbolo de pobreza y atraso.
Por otro lado, hay una idea vigente e impuesta no sé muy desde donde, de que las gentes de los pueblos son paletas, conservadoras y machistas. Podríamos poner varios ejemplos de esa pervivencia en el mundo rural, pero también hay muchos otros que muestran lo contrario, pues como en la ciudad hay de todo, y casi siempre fruto de la educación.
Pero estas divagaciones son lo de menos, lo realmente importante es preguntar a los habitantes de los pueblos qué piensan de este problema y cómo creen que se puede solucionar. La verdad es que suelen ser muy pesimistas. Yo solo puedo poner el ejemplo de mi pueblo (comarca de Babia en León) puesto que lo he hablado en varias ocasiones con sus aborígenes. Estas son sus conclusiones: «el problema no es tanto atraer población, sino que no se vayan», ese es el principal pensamiento tras la pregunta que se hacen cada día: ¿por qué la gente huye?.
Saben que se van por la falta de trabajo, a lo que sabiamente responden «si vinieran a los pueblos no se pasaría hambre, aquí hay tierra para cultivar y tener animales». He visto los campos verdes, ahora solo veo el abandono por parte de sus propietarios. ¿ Qué estamos perdiendo además de población?, si el campo provee a la ciudad ¿de dónde salen los suministros? sabemos la respuesta aunque no nos guste: agricultura y ganadería intensivas, deforestación, importaciones, insostenibilidad al fin y al cabo.
También están muy decepcionados. En España tenemos la costumbre de ir al pueblo a veranear, pero los núcleos rurales nunca podrán vivir solo del verano. Con razón, uno de los habitantes de Villasecino (Léon) dice que «es muy fácil venir al pueblo en verano, los hijos se han vuelto muy cómodos y para nada se molestan en calentar las casas en invierno, esquivar la nieve o huir del entretenimiento urbano para evitar el frío».
A la pregunta ¿qué opináis del turismo rural? responden que a ellos eso «no les influye para nada». «Los turistas traen la compra de las tiendas de la ciudad, apenas prueban la gastronomía local y no conocen a sus gentes». Hacen senderismo y demás, pero no se impregnan de sus valores. Toman un café en el bar y se vuelven a la casa como si nos les importase realmente donde están. Es totalmente entendible que cuando se les presentan soluciones ligadas al turismo sean escépticos.
Además está el lado más «económico». Hay quién dice y yo lo creo, que no interesa para nada que se siga viviendo en los pueblos, pues allí no hay tanta necesidad de consumo, no precisan pasar los sábados en el centro comercial ni comprar tantos productos innecesarios. El consumismo atroz no tiene cabida en estos espacios.
Creo que hay soluciones ligadas a la Cultura. Entendiendo ésta como la síntesis de valores, tradiciones, patrimonio y paisaje (natural y de transformación humana). Pero no podemos establecer el antídoto sin contar con los principales afectados, aquellos valientes que deciden luchar y quedarse en la tierra que los vio nacer, a costa de perder calidad de vida en lo referente a servicios básicos (una simple carretera) y humanos, pues la soledad es el peor castigo para aquellos que realmente merecen un premio.
Por supuesto que la Administración pública tiene la máxima obligación a la hora de evitar la despoblación facilitando carreteras, escuelas, centros culturales y de salud, acceso a internet etc. pero todos, absolutamente todos los españoles somos los responsables de la desaparición del mundo rural al desechar los valores que de allí provienen y de los que venimos todos.
Los cobardes somos los que huimos del «mundanal silencio» para adentrarnos en una vida más fácil que nos hace olvidar lo que realmente somos.
A todos los valientes que permanecen en nuestros pueblos pese a la adversidad.
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
(Miguel Hernández)