«Una buena foto transmite algo, no sólo a los ojos, sino también mucho más adentro. Los ojos solos no bastan; siempre se hallan entre la imagen y el alama. Yo no planifico salidas para tomar fotos. Siempre llevo mi cámara conmigo y cuando veo cosas que atrapan mi mirada, me paro a fotografiarlas. Pero a menudo no saco ni siquiera una sola foto» (André Kertész)
He tenido la suerte de poder realizar visitas guiadas en la Sala de exposiciones de San Benito en Valladolid, un centro expositivo que se ha especializado en fotografía. Cuando comencé a prepararme las visitas para la exposición «Adré Kertész, el doble de una vida» la biografía y sobre todo, la obra de este artista me dejó cautivada.
Se trata de un maestro de la Historia de Fotografía a penas conocido, adelantado a su tiempo, no dejó de innovar a lo largo de toda su trayectoria profesional, es decir, a lo largo de toda su vida, porque la fotografía era su modo de vida. Maestro de maestros su proyección artística fue una vocación que daba sentido a la realidad. Defensor de un estilo propio que se basaba en el «hago lo que siento«, sus fotografías fueron un fiel reflejo de sus emociones.
No entenderíamos la obra de Kertész sin conocer su biografía y por eso voy a realizar un recorrido biográfico que se va a dividir en etapas, dependiendo del país en el que vivía.
PERIODO HÚNGARO:
André Kertész nació en Budapest, Hungría en 1894. Cuando tan solo era una niño su padre murió de tuberculisis, a raíz de esta desgracia se trasladó a la casa campestre junto a sus hermanos y su madre. Desde que era muy pequeño sentía curiosidad por la fotografía y por el mundo del Arte, pese a que su familia no estuviera muy conforme con esta vocación; de hecho su tío le pagó la carrera de Comercio, incluso trabajó un tiempo para la Bolsa.
En 1912 su madre le regaló su primera cámara fotográfica y con ella comenzó a fotografía su entorno, la Hungría más rural, sus gentes, a su familia y a la que sería su mujer, Elisabeth, a quién conoció en el tiempo en el que trabajó para la Bolsa. Pero en 1914 con el estallido de la Primera Guerra Mundial es llamado a participar en las filas del ejército. Cámara en mano, Kertész no realiza fotografía bélica, sino que nos muestra a los soldados en su vida cotidiana, en el día a día, alejados del campo de batalla. Durante esta etapa bélica es herido de gravedad y mientras se recupera en el hospital trata de recuperar todos sus negativos, sin embargo, la mayor de su obra en este periodo se ha perdido.
En 1917, mientras se recuperaba en un hospital de rehabilitación, realizó una fotografía clave para el resto de su trayectoria profesional, ya que le servirá de inspiración para su serie de las «Distorsiones». Se trata de «El nadador bajo el agua«, con ella a Kertész le va a llamar mucho la atención de la proyección de la luz sobre el agua y como se deforma la figura del cuerpo humano.
Como ya no puede colaborar con el ejército vuelve a trabajar para la bolsa durante un breve periodo de tiempo, incluso se plantea dedicarse a la agricultura, pero ninguna de estas profesiones le llenan ni le gustan, a Kertész lo que le apasiona es la fotografía. Consigue trabajar para algunas revistas del país, y nos muestra imágenes de la Hungría más rural junto a sus gentes, los campesinos.

Fotografías de la etapa húngara (las dos de la izquierda, la primera son soldados de la Primera Guerra Mundial y la segunda campesinos) y la etapa Francesa («En lo de Mondrian», y El tenedor») Fotografía: Historicacultura
PERIODO FRANCÉS:
En 1925 Kertész se traslada a París para cambiar su modo de vida e inspirarse, pese a la oposición de su familia, que intentaba convencerlo de que se mantuviera en el mundo de los negocios.
Se instala en el barrio de Montparnasse, zona bohemia de la ciudad, y enseguida se relaciona con otros artistas húngaros, lo que le va a hacer la vida más sencilla ya que a penas conoce el francés y se le dan muy mal los idiomas. Uno de los artistas con los que entabla mayor amistad es con Piet Mondrian, al cual retrata en varias ocasiones, pues una de las primeras cosas que hizo Kertész nada más llegar a París fue retratar a sus amigos artistas y los talleres de artistas, imágenes únicas, cada una diferente, ya que nos hablar de como son personalmente y como es el estilo artístico que seguían. Enseguida notamos esa proyección emocional del autor.
Las características de la fotografía de Kertesz en esta etapa parisina serían el interés por las sombras proyectadas por objetos y personas, los juegos de volúmenes, el contraste entre luces y sombras (una característica que vemos a lo largo de toda su trayectoria), el uso de la fotografía cenital, picado y contrapicado, así como los juegos de planos en los cuales a menudo capta a los transeúntes para que podamos ver la dimensión real de la imagen, a la vez que juega con las geometrías. Por todo, podemos decir que Kertsz no dejó nunca de innovar y de probar con la fotografía. Era un maestro.
Hacia mediados de los años 20 Kertész se compró una cámara Leica de 35mm y con ella realizó fotografía nocturna en la noche de París, incluso enseñó a Brassai a captar este tipo de imágenes. Sin duda fue un adelantado a su tiempo, incluso Henri Cartier-Bresson decía «inventemos lo que inventemos, Kertész siempre fue el primero».
En 1931 Elisabeth viajó a París, pronto se casaron y nunca más se volverían a separar. Si bien es cierto, Kertész tuvo un matrimonio fugaz con anterioridad que supo ocultar a la perfección. En 1933 con el auge del nazismo, la pareja ya empezó a plantearse abandonar Europa, él pertenecía a una familia judía. Lo harán en 1936 con la amenaza de la Segunda Guerra Mundial, y porque empezaba a faltarle el trabajo. Aunque Kertész consiguió trabajar para las publicaciones más prestigiosas del país y se mantenía económicamente, en aquellos años interesaban más los artículos políticos y el trabajo escaseaba.
Además, había recibido el reconocimiento como profesional y artista con la publicación de una serie de 200 fotografías titulada «Las Distorsiones» en las que mostraba a modelos desnudas a través de un espejo cóncavo y otro convexo, mostrando así la deformación de la cuerpos y la extrañeza de la realidad que tanto le llamaba atención.
ETAPA ESTADOUNIDENSE:
En 1936 Kertész firma un contrato con la agencia Keystone y se trasladan a Nueva York. Allí la vida no va a ser tan fácil como él pensaba, no tiene a sus amigos húngaros y de nuevo los problemas con los idiomas, a penas conoce el inglés y eso hace que le cueste mucho relacionarse y encajar en la sociedad newyorkina. La ciudad no le va a dejar tan cautivado como le ocurrió con París, pero si la va a mostrar en varias fotografías, imágenes que muestran la soledad que siente.

«Tulipán melancólico». Fotografía de: maestrosdelafotografia.wordpress.com
Consiguió exponer su serie de «Las Distorsiones» en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, pero recibió muchas críticas y comenzaba a estar muy decepcionado, ya que tuvo problemas con las agencias en las que trabajaba, incluso con la revista Life.
En esta etapa podemos ver muchas fotografía con toques surrealistas, ya las había en la etapa francesa y no las va a abandonar en este periodo, pero siendo siempre fiel a su estilo personal, al «hago lo que siento«.
Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo algunos problemas por su nacionalidad, pero pudo solventarlo rápidamente. En 1943 publicó un libro de fotografías con las ultimas imágenes que tomo antes de irse de Europa, «Day of Paris» y con él obtendrá un primer reconocimiento en la ciudad de Nueva York.
En 1952 la pareja se traslada a un apartamento en la planta 12, muy cerca del Washington Square Garden, las vistas de pájaro desde su ventana le dejan cautivado y desde ésta realiza una serie de fotografías del parque, imágenes en las que juega con los planos y que nos hablan de melancolía, de nostalgia hacía Hungría, pero especialmente hacía Francia, ya que en muchas ocasiones Kertész señaló que se arrepentía de haber abandonado París.
Hacia 1963, al fin, Kertész alcanza el reconocimiento internacional y comienza a exponer por diferentes países, comenzando así el PERIODO INTERNACIONAL, con algunas fotografías tan conocidas como la de «El Balcón de Martinica«, obra que parece de un artista emergente, muestra de que Kertesz nunca dejó de innovar y no abandonó su vocación por la fotografía.
En las últimas décadas que estuvo en Nueva York consiguió entablar relaciones de amistad, algo que le ayudó mucho tras al muerte de Elisabeth en 1977, un hecho que lo sumió en una profunda depresión. Así, en 1979 un amigo le regaló una cámara Polaroid y con ella realizó una serie de fotografías publicadas bajo el titulo «From my window», fotografías que realizó desde su ventana a través de objetos que compartió con Elisabeth, imágenes que nos muestran la nostalgia y la melancolía que siente el artista por la pérdida de su mujer.
Muchas de estas fotografías las hizo en color, otras en blanco y negro, si bien es cierto no fue la primera vez que utilizaba el color, ya lo hizo desde mediados de los años 50 (¡era un adelantado a su tiempo!), aunque tenía predilección por el blanco y negro.
En 1984 Kertész decide donar sus negativos y correspondencia personal al estado francés, que ya le había otorgado la medalla de oro a la ciudad de París. También se conserva parte de su obra en Hungría y en Nueva York.
André Kertész muere en 1985 en su apartamento de Nueva York, este maestro nos deja un legado de fotografías que nos hablan de un estilo propio vinculado a las emociones, de eternidad y de una vocación que llenó de sentimiento durante toda su vida.
«Hago lo que siento, eso es todo. Soy un simple fotógrafo trabajando para su propio placer. Eso es todo lo que he hecho siempre». André Kertész.
Enlaces de interés: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/01/27/actualidad/1422364646_503443.html